20/7/10

La felicità in disco: Discografía de Falstaff. I.- Lorenzo Molajoli (1932)

La atipicidad de la obra y las tremendas exigencias de canto en equipo, de frenética concertación y de "comprensión" colectiva del espíritu a un tiempo shakesperiano y sencillo, accesible y trascendente, descomunalmente irónico, de la obra suponían dificultades que no auguraban, en ningún caso, que Falstaff fuese a tener la enorme fortuna discográfica de que ha gozado y que otras obras de Verdi, en teoría más fáciles de servir, envidian. Por ello, tiene su interés el repaso por una discografía plagada de momentos felices y donde, por la citada peculiaridad de la obra, los verdianos más consumados han tenido que reinventarse a sí mismos y artistas en principio ajenos al mundo musical del maestro de Busetto han buscado un espacio que, en ocasiones, han sabido encontrar. Falstaff es la mayor broma que jamás se le ha gastado a la ópera italiana, y por ello, en algún sentido, todos estamos invitados a la fiesta.

La historia discográfica de Falstaff comienza con la lectura de Lorenzo Molajoli en 1932, con un reparto encabezado por el Falstaff de Giacomo Rimini y la Alice Ford de la respetable Pia Tassinari. En conjunto, se trata de una disfrutable versión llena de agradables sorpresas. En primer lugar, la dirección de Lorenzo Molajoli (quien, por la circunstancia de haber sido el primer registrador, en condiciones técnicas mejorables, de una gran cantidad de títulos de la ópera italiana, arrastra -junto con Carlo Sabajno- la etiqueta, poco justa, de vetusto y superado) es, ante todo, de una organización musical montada con una enorme claridad y eficacia (siempre teniendo en cuenta las condiciones de la grabación), sin obsesiones agógicas (no alcanza las cotas vertiginosas de Toscanini y los directores posteriores, pero tampoco lo pretende) y en cambio muy preocupado por acompañar bien a los cantantes y transmitir el espíritu de diversión y de equipo que la obra rezuma. Teniendo en cuenta la enorme complejidad de la obra, la de Molajoli es, sin duda, una estimabilísima labor.

El cast, sin ser perfecto, está plagado, asimismo, de agradables sorpresas. Giacomo Rimini es un protagonista deliciosamente tradicional en el plano expresivo, con una voz no muy bella ni una fonación especialmente en punta (a veces da la impresión de cierto entubamiento artificial y algunos agudos, como el "No" al Sol3 de "L'onore" o "Quest'è il destin fatale", se sirven de ligeros portamentos), pero con una emisión por lo general legítima, con la que logra una plausible claridad en las vocales y una resolución más que honrosa en momentos delicados como "di San Martino". Pero resulta superior, sin ninguna duda, la espléndida prestación de Emilio Ghirardini como Ford. A los oídos modernos les sobresaltará, sin duda, el color claro y tenoril del timbre, pero la articulación tan perfecta, la emisión tan sana y natural, inquebrantable por áspera que resulte la línea de canto (el infernal intervalo de "Le corna" en el monólogo del segundo acto pocas veces se ha escuchado con tanta seguridad), los agudos ligeros pero no exentos de brillantez, certifican la garantía que la auténtica interiorización de la fonación italiana representa para hacer la ópera de aquel país.

El equipo femenino, desenfadado y eficaz, no es, no obstante, inolvidable (aparte de que expresivamente, sus carcajadas y tics suenan inevitablemente superados). Las mejores cantantes son, sin duda, Pia Tassinari y Aurora Buades, pero ninguna está plenamente en su rol. La Tassinari no era exactamente una lírica brillante, y su línea a veces se desestabiliza, resintiéndose la afinación, en especial, en el extremo agudo. Buades muestra una interesante vocalidad, y aunque no resulta tan irresistiblemente juguetona como algunas Quicklys posteriores, hay que reconocerle la virtud de no caricaturizar un personaje tan estupendo. Ines Alfani-Tellini tiene voz de mosquito y su canción del hada no es especialmente mágica. Por su parte, Rita Monticone, como tantas otras, acaba siendo una Meg anónima y engullida por un terremoto teatral en que su peso específico es muy justito.

El timbre de Roberto d'Alessio no es muy bonito ni el actor demasiado romántico, pero el cantante muestra un estimable (aunque no perfecto) dominio de las dinámicas en la zona del pasaje, que ya querrían muchos otros Fentons. Entre los papeles "menores" (si es que hay tales en esta obra), fantásticos Giuseppe Nessi, Salvatore Baccaloni y sobre todo, Emilio Venturini, un Cajus vigoroso y nada caricaturesco, excelentemente cantado.

En suma, un excelente y divertido debut de esta obra en la discografía oficial, lectura lógicamente deudora de su época, pero en menor grado de lo que cabría esperar, con varias prestaciones vocales atendibles y, en especial, un gran dominio de los recursos técnicos y expresivos del género por parte de los dos barítonos.

1 comentario:

Gino dijo...

He escuchado el primer Acto - a buenas horas.

Me encanta sobre todo porque se evita lo paródico: hacer comedia es una cosa seria y empieza por cantar bien. Todos estos señores cantan bien y además acentúan donde deben. Esta forma de recitar tiene el encanto de una éepoca en la que se respiraba melodrama.
Badini me parece un Falstaff que se cree su propia impostura: básico para no representar a un bufón.

Vocalmente las mujeres me han convencido menos debido al abuso del registro de pecho. Es un recurso que suena anticuado.

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